MAESTRO DE OBRAS: Fernando Zumarraga 1926


La empresa Beistegui Hermanos, al igual que Orbea y GAC, representa el espíritu de superación e innovación de los eibarreses. La firma había nacido como taller armero en 1910, por iniciativa de los hermanos Domingo, Juan y Cosme Beistegui Albistegui: Domingo fue el socio capitalista, Juan aportó sus conocimientos de armería y Cosme fue el encargado de la actividad comercial. En 1913 los tres estaban al frente de su taller de armas, en el que se empleaban inicialmente cuatro obreros. Se instalaron en un pequeño taller en la zona de Urkizu, cerca de la calle Grabadores (hoy Bittor Sarasketa), repitiendo el modelo más habitual en la industria eibarresa de principios del siglo XX. Este pequeño taller no tardaría mucho en convertirse en una importante empresa, y el número de sus trabajadores se multiplicó por diez en tan solo tres años, alcanzando los cuarenta operarios en 1916. No obstante, como tantos otros talleres armeros eibarreses, la firma se vio muy afectada por la crisis del sector, que sobrevino al terminar la I Guerra Mundial. Es en ese momento cuando deciden diversificar su producción, aplicando sus conocimientos como fabricantes de armas a la creación de lo que sería su producto más conocido: la bicicleta.


El cambio fue un éxito. En 1926 las perspectivas de la empresa eran excelentes. El aumento de la producción, unido a un significativo aumento de los beneficios, llevó a los hermanos Beistegui a plantearse la necesidad de contar con unos talleres más amplios, en los que poder desarrollar la nueva producción, pero también en los que crear una imagen de empresa adecuada que favoreciera la venta de sus bicicletas. Es entonces cuando deciden ampliar sus instalaciones, pasando de un sencillo taller de una sola planta a un sólido edificio de hormigón armado que todavía hoy permanece entre las calles Urkizu y Bittor Sarasketa.


La obra no fue encargada a un arquitecto, sino que para su diseño se contrató a un maestro de obras, una profesión que permitía construir edificios privados, como viviendas, comercios o talleres.


El elegido sería el maestro de obras Fernando Zumarraga; encargado de levantar los planos de las nuevas instalaciones, cuyas dimensiones permiten hablar, más que de taller, de fábrica. Dadas las buenas perspectivas que planteaba la producción de bicicletas, la construcción fue proyectada desde sus inicios para permitir el futuro crecimiento de la empresa; de ahí que se optara por un edificio de dos pisos, rematado en cubierta plana. De hecho, el mismo año en 1926 los Beistegui decidieron ampliar la fábrica, añadiendo una tercera planta, también rematada en cubierta aterrazada, previendo futuros aumentos en las necesidades productivas que, de hecho, se sucedieron a lo largo de la historia de la empresa. La solución adoptada por Fernando Zumarraga fue, además, muy interesante en cuanto a la distribución interna de los espacios, incorporando entre las dos fachadas un ángulo achaflanado que coincide, al interior, con la zona de oficinas. Se adelanta así el maestro de obras a uno de los rasgos más característicos de la arquitectura eibarresa, cuyos edificios adoptarán frecuentemente esta solución en los años posteriores a la guerra civil, con ejemplos destacados como Fundiciones Aurrera, Cadenas Iris, Lambretta Locomociones, Alfa y un largo etcétera.


Este chaflán se convirtió, en este caso, en un hito referente para la fábrica de Beistegui Hermanos, albergando el escudo de la firma e identificándola en el entorno urbano.


Es precisamente este carácter urbano el que caracteriza a este edificio, que tiene en su versatilidad su mayor virtud, característica, por lo demás, de toda la arquitectura industrial eibarresa. Su peculiar diseño y concepción han hecho que en la actualidad haya podido ser reutilizado, y sus instalaciones reconvertidas en diferentes talleres y almacenes, con nuevos usos que nos hablan también de una nueva vida para el patrimonio industrial de Eibar.



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