Aunque el edificio que hoy se levanta en la calle Bidebarrieta data de 1940, la historia de Fundiciones Aurrera se remonta a la primera mitad del siglo XIX, y constituye la narración de una de las empresas más importantes del despegue de Eibar como localidad industrial.
La empresa Sociedad Anónima Aurrera fue fundada en 1833, y su nacimiento tiene mucho que ver con la pujante industria armera eibarresa. Su creación tuvo un objetivo claro: que las armerías de la villa contaran con una fundición de hierro maleable cercana, que les permitiera surtirse rápidamente, sin tener que depender de otras industrias del entorno. Del enorme éxito que, desde sus inicios, tuvo la firma da cuenta el aumento de su capital inicial: en cinco años, las 40.000 pesetas con que había arrancado la empresa se habían convertido en 80.000, duplicándose el valor de las primeras 250 acciones emitidas, acciones que, en su totalidad, habían sido adquiridas por los propios armeros eibarreses interesados en el éxito de la fundición.
Este crecimiento económico de la empresa estuvo también acompañado del crecimiento físico de las instalaciones. Para su emplazamiento se había elegido un solar en la zona de Bidebarrieta, junto a la ladera en la que, años después, crecería el barrio de Arane. Pues bien, para los primeros años del siglo XX Fundiciones Aurrera ocupaba ya una superficie de 2.500 m2, y contaba con todo tipo de dependencias relacionadas con su actividad industrial: edificio de moldeado y hornos, nave de maquinaria, almacenes, oficinas. Toda una moderna fábrica, una fundición que acabará por dar nombre al lugar en que se enclava: no en vano, la calle perpendicular a Bidebarrieta junto a la que se asienta la fábrica se llama, todavía hoy, Urtzaile (Fundidores), en clara alusión a la actividad que allí se ha desarrollado durante más de un siglo.
Como en tantas otras empresas, la destrucción del tejido industrial eibarrés durante el bombardeo y posterior incendio del 25 de abril de 1937 hizo que en 1940 Fundiciones Aurrera tuviera que construir unas nuevas instalaciones. Entre ellas, destaca el edificio de oficinas, que la firma encargó a uno de los arquitectos más activos en las décadas de 1930 y 1940, y responsable de gran parte de los inmuebles con que se reconstruyó la villa de Eibar tras la guerra civil: Raimundo Alberdi Abaunz. éste diseñó un edificio de pisos, con estructura de hormigón armado y cubierta aterrazada, que participa de los presupuestos del Movimiento Moderno arquitectónico y que se corresponde con una tipología que, por su versatilidad, se repite masivamente en Eibar.
El resultado es un edificio funcional, con un chaflán curvo de cuidado ritmo compositivo resuelto a modo de torre, con cuatro pisos para albergar las oficinas, contrastando con el resto del inmueble, de sólo dos alturas y con un desarrollo marcadamente horizontal. Esta arquitectura ha sido justamente ensalzada como un destacado ejemplo de funcionalismo, de líneas geométricas puras, y con una significativa forma curva en la zona de oficinas. Pero este edificio oculta mucho más que una atractiva solución en chaflán. No en vano, Aurrera fue una de las fundiciones más importantes de la industria eibarresa, que era capaz de producir más de 100.000 kilogramos de piezas de hierro maleable. Lo que Raimundo Alberdi proyectó en 1940 no eran solamente unas oficinas, era una fábrica dedicada a la producción de materiales férricos. Y son estas estructuras industriales, ocultas a nuestra vista y abigarradas en el interior de la manzana, las que, con su simplicidad constructiva y menor preocupación formal, dan sentido a la arquitectura que hoy vemos desde la calle Bidebarrieta. Y es que en la actualidad las antiguas instalaciones de Fundiciones Aurrera han sido reutilizadas para nuevos usos, oficinas y talleres, y su aspecto totalmente renovado en la década de 1990, pero sigue siendo una de las edificaciones más destacados de la villa.
Anemona Studioa, 2015, Eibar www.anemonastudioa.com
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